Mario Núñez

Mario Núñez no se deja atrapar fácilmente. Su pintura se separa de una realidad opresiva para proyectar una fuerza expresiva y evocativa autónoma. En su obra se pone a prueba un planteamiento medular: la pintura implica una investigación de la propia capacidad creadora del arte y, por tanto, de las posibilidades del lenguaje y de su compleja encarnadura con el pensamiento.

 
 

El vestigio de la impermanencia

por Valerie Campos (enero, 2021)

 

La estética no tendría que buscar entender las obras de arte como objetos hermenéuticos; sino en todo caso lo que habría que entender es su incomprensibilidad. La experiencia estética destruye la comprensión, pues no hay guion, es decir, no existe una forma preestablecida que imponga como leer las obras de arte. El concepto no logra alcanzar aún en sus formas predeterminadas el contenido elaborado por la imaginación. El término Arte es un término metafísico abstracto que continúa sujeto a profundas disputas, dado que su definición está abierta a múltiples interpretaciones, que varían según la cultura, la época, el movimiento, o la sociedad. El nombre de ciencia o arte surge después de enlazar las observaciones sobre la naturaleza, función y cualidades de los seres y sus símbolos, para crear un sistema de instrumentos, o de reglas, el cual fuera direccionado en su totalidad hacia el mismo objeto.

Ese es el significado más general de arte. En ese sentido, el mundo es el objeto del arte y no sus limitaciones existenciales. Para algunas concepciones psicoanáliticas, las verdades tienen estructura de ficción. Y para acceder a ellas habría primero que despojarse de toda clasificación , demarcación e idea preconcebida, pues lo visible es sólo un ejemplo aislado, y lo cierto es que las otras verdades viven, coexisten a pesar de nosotros en absolutamente todas las cosas y se manifiestan en un sentido amplificado contradiciendo frecuentemente a las experiencias racionales del pasado.

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En este movimiento de darse y abstraerse la pintura de Mario Núñez no se deja atrapar fácilmente. La originalidad de sus pinturas no admite una unificación que haga de éstas una serie de recetas que sirvan para producir un resultado mecánico. Su pintura se separa de una realidad opresiva construyendo mediante la apuesta en la libertad de sus relaciones pictóricamente puras. La aplicación de sus diversos medios plásticos lo libera de una ejercicio meramente reproductor dotando a sus obras de una fuerza expresiva y evocativa autónoma y pone a prueba un planteamiento medular que podría formularse de la siguiente manera: si pensar la pintura implica una investigación de la propia capacidad creadora del arte y, por lo tanto, de aquello a partir de lo cual se piensa, entonces resulta ineludible volver a preguntarse acerca de las posibilidades del lenguaje y de su compleja encarnadura con el pensamiento. El conocimiento del artista consiste principalmente en disponer de un conjunto de habilidades interdependientes para poder establecer y eliminar hábitos cuando sea necesario. Kant es muy claro al establecer que es el producto el que sirve como patrón del juicio. El filósofo contemporáneo Nelson Goodman afrontó una posición constructiva, sobre una lectura estandarizada de la obra de Wittgenstein en busca de un hábito de usar el lenguaje que no nos condujera a los equívocos que han consolidado la especulación filosófica. Goodman afronta esta lectura desde el convencimiento de que todos los hábitos que constituyen el conocimiento aportan dependiendo de las personas y de los momentos de la vida, una riqueza y unos recursos que no hay porqué reducir sino — compaginar y corresponder. Es desde ésta postura que desarrolla un complejo análisis de corte estructuralista sobre la teoría de los signos, señalando que es imposible imitar la realidad tal como es, puesto que siempre toda visión va acompañada de una interpretación bajo ciertas convenciones.

En este contexto, la pintura de Mario Núñez no puede menos que volver a indagar en la naturaleza de la metáfora, así como a su variante que es la metonimia, no solo como recurso retórico, sino como el dinamismo y la actividad por los que se despliega la propia pintura. La pintura, en el más amplio sentido de «poíesis», es decir como acción, producción y creación. Pero también como tiempo, como espacio, como objeto, como contenedor, como fuerza, cómo esencia o potencia misma del lenguaje. Por ello prefiero no señalar las informales referencias, influencias, o semejanzas cromáticas incluso con sus respectivas vanguardias artísticas. Su autenticidad particular no deviene del diálogo con los grandes maestros de la pintura sino con el desprendimiento irónico de toda transfiguración gratuita en cuanto al discurso que, parece ser que en México cada día exige ser más preciso. La obra de Mario Núñez en resumen nos invita a rebasar la comprensión, a dejarla afuera, esconderla en un sentido al tiempo que libere una multiplicidad de interpretaciones posibles. Se trata pues, de la transformación instantánea de las percepciones y el vestigio de la impermanencia misma. El desafío consiste en liberar la experiencia de la sujeción subyacente a la acción. La pintura de Mario Núñez , desde adentro y desde afuera parece encaminarnos hacia un eterno retorno. Un hilo fino que anuda, en su complejidad, todos los ámbitos de experiencia humana que pueden ocurrir dentro del mismo lienzo. El romance idílico entre la línea y el magistral uso del color que supone un instrumento importante para re-descubrir las interpretaciones de innovación visual expresionista contemporánea en México. Un desafío que se diluye en sus inevitables contradicciones, en su nihilismo pictórico y en la misma heterogeneidad urbana y paisajistica de sus utópicas composiciones.