Armando Romero

Hace treinta años, cuando se comenzaba a hablar de la obra de Armando Romero, se insistía sobre todo en su carácter disruptivo. Hoy, podemos encontrarnos con que el estado de excepción que marcó se ha vuelto, en realidad, la norma. Para entender lo que está pasando hoy, para comprender porque hay tantos cuadros de pintores que hoy en día llenan sus lienzos con calcomanías, me gustaría irme un segundo a otro lugar. 

Ricardo Piglia en uno de sus cursos sobre Borges se plantea el porqué Borges es un buen escritor. Para él –más allá de gustos personales– Borges es un buen escritor por el simple hecho de haber inventado un género. Yo no puedo identificar mejor el proceso que siguió Armando Romero. 

Inventar algo en el arte, abrir las posibilidades de creación, es un trabajo raro, que encontramos una vez cada muchos años. Lo demás son imitaciones, buenas o malas; lo que queda es profundizar, amaestrar la técnica. Cuando Borges inventó la literatura fantástica en el siglo veinte, en el Rio de la Plata, también desarrolló un método, un procedimiento que muchísimos otros escritores han usado y abusado hasta el cansancio. Se trata de abrir un camino de una forma tan tajante que sea imposible que no te sigan otros. 

“El tipo que inventó el soneto es mejor que Dante” nos dice Piglia. Porque la Divina comedia está escrita solo una vez, pero los sonetos revolucionaron la poesía y su producción por más de 500 años. El símil con la pintura es difícil y no me gustaría simplemente hacer analogías fáciles. La copia o la imitación en la pintura tiene un registro muy distinto al que tiene la literatura. El plagio en la literatura se da cuando un mal escritor le roba a un buen escritor para darse a conocer con su propio nombre. En arte es distinto –se parece más a los apócrifos que aparecían en la filosofía griega– aquí se da cuando un pintor emergente imita a uno consolidado para buscar un espacio en el gusto o en el mercado.

Piglia, para regresar un segundo, se pregunta ¿qué sintieron los lectores del diario de la nación cuando en el año 40 leyeron a Borges por primera vez? Yo no puedo responderle a Piglia, pero puedo recordar la cara de desconcierto de la gente cuando veían que en un cuadro clásico alguien pegó un sticker de una caricatura de la televisión. Recuerdo esa sorpresa, San Francisco de cabeza y Sam Bigotes al lado; Cristo en la última cena repartiendo hamburguesas y papas a la francesa. El publico se amontonaba con desconcierto. Esas calcomanías –que tienen un correlato específico en la plástica– también tienen una función narrativa, que nos recuerda cómo Armando Romero fue rompiendo, poco a poco, los esquemas de la bidimensión y la perspectiva, pero también, quebró una narrativa en la cual era imposible hacer lo que hizo. 

La importancia, no solo de ser un buen pintor, sino de abrir el horizonte plástico hacia otras posibilidades, es lo que hace que hoy muchísimos pintores citen a Armando Romero en su trabajo.